miércoles, 25 de mayo de 2011

Aquella ciudad

Se había enamorado de la ciudad, aquella que recorrió agarrada de su mano. Amó el frío viento de la noche, el incómodo césped, el río y su puente, las solitarias calles nocturnas, y las miles de fuentes. Aquella ciudad testigo de sus besos.

Y ahora que había vuelto por donde había venido sabía que le echaría de menos, echaría de menos el sabor de su boca, café y menta, enredar los dedos en su pelo, mirarle a sus ojos verdes sin decir nada, diciéndolo todo.

Parece mentira, pero si, le quería, a pesar de todos los obstáculos, quería quedarse mil noches sobre el césped, acariciando su cálido pecho, recibiendo caricias de sus frías manos, mordiéndole el labio, riéndose y escuchando su risa.

Porque para ella la perfección no contenía más de seis letras, él, que con sus manos recorría su cuerpo con ternura, con deseo, que con sus besos en el pelo, en la frente, le hacía sentirse protegida.

En cuatro días, tan solo noventa seis horas, pudo sentir las cosas más maravillosas a su lado. Había aprendido a adorar cada gesto y movimiento de su cuerpo.

¡Y qué tonta era sintiendo todo esto! Pero la verdad es que los sentimientos no se pueden controlar, y en esos momentos se moría por darle un abrazo, un beso, quererle una noche más.

5 comentarios: