Le gustaba leer entre líneas los versos que tenías escritos,
invisibles, en la palma de tu mano mientras reposaba en la almohada que
compartían cada mañana. Ahora en esa almohada solo quedaban los recuerdos y
algo de melancolía rancia, se desplumaba y descocía con cada sacudida de temor,
esparciendo lo que quedaba de tu aroma por la habitación cuyas paredes azules chillan aún
tu nombre.
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