Era una niña. La chispa de la ilusión se encendía con el mínimo roce, y comenzaba a jugar, como si la vida le fuese en ello, armando castillos de bloques inestables, de altas torres que acariciaban el cielo. Con el mínimo temblor esas torres se iban derrumbando, ahogando sus ojos. Era una niña, y además era tonta.
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