A veces me asusto, porque el tiempo se me resbala entre las
manos a una velocidad abrumadora, y las horas se consumen, y nunca quiero decir
adiós.
Me gusta encaramarme a un cuerpo, y desearle toda la leche
con azúcar del mundo.
¡Evidenciemos cosas geniales! – dijo un tal conejo blanco, o
quizás no, pero es muy suyo.
Diez mil doscientos treinta y cuatro, me encanta, pero me
encanta de verdad, perder la cuenta.
Qué curioso, que extraño, pero no que coincidente, me dolía
la mandíbula de tanto realizar una curvatura en mis labios.
Y yo, rápidamente, sin pensar.
Las cosas más cotidianas, como comprar, o dormir, o
ducharse, o cocinar, o comer.
Leerte, y entenderte, a veces, casi siempre.
Nadie lo sabe, me perdería en su espalda.
Pequeño y compacto.
¡Más de treinta veces al día! Yo diría que cien, y hasta me
parecen pocas.
Me fascina el número tres, el tres es amarillo, lo digo yo.
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